En situaciones tan penosas como aquellas en las que se encuentran los enfermos, tienen que enfrentarse además con la ilegalidad de la sustancia que calma muchos de los efectos físicos o psicológicos de sus enfermedades.
El problema es que muchos gobiernos y diferentes colectivos piensan que una normativa más laxa en el consumo de cannabis traería aparejado un abuso de consumo en su faceta más lúdica, y que no es más que una excusa para legalizarla. Lo cierto es que de los 400 compuestos que tiene el cannabis, sólo uno (el THC) es psicoactivo, y los enfermos que usan esta planta para tratarse normalmente no desean este efecto justamente porque interfiere en su vida cotidiana o porque, sencillamente, no les sienta bien. La mayor parte de la investigación actual está orientada a determinar los efectos de los cannabinoides en la salud (muchos han demostrado ser importantísimos en el control de la epilepsia o en enfermedades como el glaucoma o el Parkinson) y a disociar los efectos indeseados. En cualquier caso, queda mucho camino que recorrer para los pacientes y familiares que deciden emprender el camino de esta terapia alternativa. La mayoría de las veces las dosis que deben administrarse son un experimento de prueba-error, y la manera de conseguir esta sustancia un misterio que siempre bordea la ley. Por no hablar del estigma que cargan tanto médicos como pacientes cuando investigan, recetan o se administran marihuana. Los estereotipos con los que carga esta planta cada día están más lejos de la realidad, y si los perpetuamos estaremos dificultando el tratamiento alternativo a pacientes que han encontrado en ella una esperanza de curación.