En una entrevista a la Vanguadia el laureado Novel de Literatura manifestó que el Perú se joderá más con estas opciones como Ollanta y Fujimori.
Un manto de espesa niebla cubre estos días todo el litoral limeño, dando a la política peruana una pátina de irrealidad. “Es la misma niebla que vio Herman Melville cuando desembarcó en este puerto a bordo de un ballenero y que después describió enMoby Dick”, cuenta, en la terraza de su piso del barrio de Barranco, el hombre que quiso un día presidir Perú y que ahora ocupa, risueño, su trono de máximo soberano de la literatura mundial.
Mario Vargas Llosa, a sus 75 años, ya no quiere ser presidente, pero se sigue moviendo como pez en el agua en los cenáculos políticos de Lima. Ayer, fue a votar por Alejandro Toledo, escoltado por un equipo policial de una docena de personas y los enviados de este diario. Antes del voto, habló de la situación peruana.
Mientras los candidatos celebraban sus mítines finales, usted se subía a un escenario, ataviado con una túnica oriental, rodeado de odaliscas e interpretando al rey de Las mil noches y una noche, su obra teatral. Era una imagen muy simbólica, ese contraste entre lo que usted es ahora y lo que pudo haber sido.
Mi espectáculo era más auténtico que el de los mítines, y mucho mejor desde el punto de vista artístico. Convertirme en un personaje de ficción es una de las experiencias más intensas y agradables de mi vida. Mucho más grata que la representación política, desde luego.
La situación política peruana es insólita para un observador que aterrice de Europa.
Cierto. Aquí se enfrentan extrema izquierda y extrema derecha, en cabeza de los sondeos, con un centro dividido en tres partidos. Hay tres candidatos que han representado al centro, con algún matiz más a la izquierda o a la derecha, pero que son prácticamente indiferenciables en sus programas de gobierno. Jorge Castañeda, Pedro Pablo Kuczynski y Alejandro Toledo seguirían con el modelo político, económico y social que existe y que tan bien le ha ido últimamente a este país. De hecho, hay una mayoría electoral que quisiera eso, pero el drama es que, dada la insensatez de los políticos, esos tres candidatos se han destrozado, han hecho una campaña feroz de guerra sucia entre ellos. Y los extremos, Ollanta Humala y Keiko Fujimori, que son los que sí ponen en peligro el sistema, han pasado prácticamente intocados. Así las cosas, Perú tiene dos opciones: el suicidio o el milagro.
¿Usted ha hecho esfuerzos para que dos de esos tres candidatos renuncien?
Eso es una especulación falsa, no es verdad. Si hubiera querido que alguien renunciara, habría cogido ese teléfono y lo habría llamado directamente. Y yo he votado a Toledo, pero Kuczynski sería un lujo de presidente. Ambos trabajaron juntos en el gobierno. Toledo me parece que puede conectar más con la mayoría mestiza y pobre, porque es de origen humildísimo, un niño que estaba en la calle, mientras que Kuczynski es gringo, millonario y ha dirigido un banco, y eso aquí tradicionalmente son puntos en contra.
¿La etnia es un tema político?
Humala empezó defendiendo el etnocacerismo, un movimiento así bautizado en homenaje al general Andrés Avelino Cáceres, un presidente de Perú que organizó guerrillas contra el ocupante chileno a finales del XIX y que basaba su ideario en un dogma racista: el verdadero Perú es cobrizo. En un momento, Humala habló de crear dos ciudadanías: los peruanos de verdad y los simples ciudadanos, que seríamos todos los peruanos no indios.
¿Por qué no le gustan las recetas económicas de Humala?
Humala es nacionalista, está muy cerca de Hugo Chávez, pero en esta campaña se proclama más bien discípulo de Lula. El problema es que el plan de gobierno de Humala no refleja esa moderación que él ha intentado transmitir en sus declaraciones públicas, es un programa muy cercano de lo que fue el velasquismo (1968-1975, por el presidente golpista Velasco Alvarado): un Estado intervencionista en la economía, nacionalizar sectores estratégicos, gran desconfianza hacia la empresa privada y el capital extranjero, y medidas contra la libertad de prensa. Humala es Chávez con un lenguaje ligeramente abrasileñado. La catástrofe.
¿Y Keiko Fujimori?
Es el otro extremo. Significaría abrir las cárceles para que todos los ladrones, asesinos y torturadores, empezando por su padre, Alberto Fujimori, y el siniestro Montesinos, salgan a la calle a sacar la lengua a todos los que han defendido la democracia en Perú. Los criminales pasarían directamente de la cárcel al gobierno. ¿Humala o Keiko? Es elegir entre el sida y el cáncer, una disquisición bastante académica.
Usted ha planteado la posibilidad de legalizar las drogas.
Un candidato insinuó el debate y hubo una reacción tan atroz que dio marcha atrás. Es hipócrita…
¿Por qué?
Estamos en una sociedad donde el consumo de la marihuana y la cocaína es una cosa tan generalizada que parece mentira que no se pueda hablar abiertamente de eso. Este país es un gran productor de droga, uno de los mayores exportadores de coca al mundo, y resulta dramático que ese tema no se pueda discutir.
¿La Iglesia ha tenido un papel en estas elecciones?
Aquí en Lima tenemos un arzobispo que es del Opus Dei, monseñor Cipriani, un fujimorista destacado, cómplice descarado de la dictadura que se hizo famoso por una frase: dijo que “los derechos humanos son una cojudez”, palabrota peruana que equivale a gilipollez. Uno de los crímenes peores que cometió la dictadura de Fujimori fue una castración de miles de campesinas de los Andes, a las que el Ministerio de Salud engañó diciéndoles que las iban a vacunar y en realidad las castraron, las esterilizaron a todas. ¡A miles! El arzobispo Cipriani, que echa sapos y culebras cada vez que se menciona el aborto, no dijo una sola palabra ante esta monstruosidad criminal, sobre la que reina un silencio ominoso.
Humala, en principio el candidato de la izquierda, ¿aplaude a monseñor Cipriani?
Ha ido a entrevistarse con Cipriani y ha salido con un rosario bendecido por el Papa. Ha dicho que él y su familia son católicos conservadores. Ha sido fotografiado pasando las cuentas de ese rosario. O sea, que los extremos se tocan, se confunden. Humala sale a gritar “¡no al aborto!” frenéticamente en todos sus discursos.
La frase de Conversación en la catedral: ¿cuándo fue que se jodió el Perú, Zavalita?
Hay la posibilidad de que ahora se joda bien.