En mayo próximo, la batalla contra el cáncer podría tomar un nuevo e innovador rumbo. Esto, porque el organismo que regula el mercado farmacéutico en Estados Unidos, la FDA, deberá pronunciarse sobre si autoriza o no la venta de Provenge, una vacuna para combatir el cáncer de próstata avanzado, el tumor más frecuente entre los hombres.
Su forma de actuar es estimulando el sistema inmune del paciente para que elimine el tumor. Esto, a través de linfocitos que destruyen las células malignas, sin dañar a las sanas. Algo que nunca se había intentado, ya que se ignoraban muchos aspectos de cómo funciona el sistema inmune. Hoy esto ha cambiado y las compañías de biotecnología se apuran en diseñar estos productos.
Se trata de un tipo de vacuna diferente a las que conocemos y que se usan para prevenir enfermedades causadas por virus o bacterias como el sarampión o la neumonía. En este caso, los productos son terapéuticos, es decir, en lugar de evitar una enfermedad, se dedican a atacar una que ya existe: un tumor.
La FDA ha postergado tres años esta decisión, ya que ha maximizado las exigencias de calidad, porque es mucho lo que está en juego con el cáncer: tanto en credibilidad hacia la comunidad científica, como en vidas humanas. Hablamos de una enfermedad que cada año mata a 22 mil chilenos y a más de ocho millones de personas en el mundo.
Porque a pesar de que existen nuevos exámenes para detectar tumores, potentes medicamentos para destruirlos y sofisticados sistemas de irradiación para quemarlos, lo cierto es que la batalla contra el cáncer se ha convertido en el Vietnam de la ciencia médica. Por eso, estas nuevas vacunas son una de las mayores esperanzas de la medicina actual.
"Estamos en la cúspide de una revolución en la inmunología del cáncer. Logramos que la persona se haga alérgica al tumor, para así destruirlo", asegura Andrés Salazar, CEO de Oncovir, en Washington D.C., una de las empresas líderes en este tipo de vacunas.
La Tercera