Se estima que en este país hay 20.000 cazadores de pelo que buscan jóvenes que quieran vender su cotizado cabello. Aunque normalmente es un negocio regulado, en ocasiones este cabello procede de campos de internamiento donde están retenidos miles de musulmanes.
China, como en tantas otras cosas, es la fábrica mundial del pelo. Una especie de oro negro que acaba prolongando los peinados de millones de mujeres en todo el mundo. En el gigante asiático se estima que hay cerca de 20.000 cazadores de pelo que se dedican a recorrer las aldeas buscando a jóvenes que quieran vender un cabello que nunca se ha teñido, alisado ni ondulado. De ahí lo de pelo virgen. Luego acaba en las fábricas, donde se almacena el pelo crudo y se apilan millones de euros en coletas.
Normalmente es un negocio regulado y controlado por las autoridades. Incluso decenas de empresas internacionales tienen sus fábricas de pelo en suelo chino. Pero, en cuanto al dilema moral, es fundamental discernir el tipo de mano de obra que hace esas extensiones. No es lo mismo que vengan de una fábrica donde los empleados están allí voluntariamente y cobran su salario, a que la mano de obra sea forzada y venga de campos de internamiento donde están retenidos miles de musulmanes uigures. O, directamente, que el propio pelo lo hayan cortado de los cabellos de las mujeres que viven en esos campos.
EL NEGOCIO DEL PELO
Las fábricas de China -que transforman el pelo humano en extensiones- pueden producir al día una cantidad de pelo que abarcaría cinco kilómetros, 1.825 al año. Si juntamos lo que producen anualmente otras cuatro fábricas más, podríamos tejer una particular Ruta de la Seda de pelo oriental que podría unir China con España. Y si ya sumamos los miles de kilómetros de cabello que se recogen en todo el gigante asiático podríamos tejer una capa que envuelva el planeta varias veces.
Lejos de la polémica por las extensiones que puedan venir de los campos de Xinjiang, estamos hablando de una industria millonaria en auge dentro del mayor exportador mundial de cabello humano. Incluso hay varias distribuidoras españolas que se trasladaron a China -cumpliendo todas las regulaciones y derechos humanos (según sus estatutos) y lejos de Xinjiang- y establecieron allí sus fábricas. Normalmente estas compañías suelen trabajar con dos tipos de pelo: el virgen y el procesado. El primero no tiene ningún tipo de químico. El procesado es el pelo que se decolora y se convierte en un rubio platino.
Hace unos meses, en un reportaje publicado en este periódico, el director general de una de estas compañías, Elihú Molina (de la distribuidora Nair Hair, con sede en la ciudad de Qingdao, al sureste de Pekín), explicaba el por qué de la alta demanda del peo chino: "La mujer asiática no se tiñe. Tiene un pelo negro azabache, natural, y ese pelo lo va a mantener hasta la vejez. No es como una europea que de adolescente ya se empieza a teñir. Y, además, dedican mucho tiempo al cuidado de su cabello con productos naturales. Eso hace que sea un pelo tan bueno y demandado".