No es la primera vez en el Perú, que la protesta social colisiona con el “estado de derecho”. Son miles las rebeliones en los diversos sistemas de opresión que nuestra historia omite.
Como en las matemáticas, sumar y restar, se contraponen por el principio universal de la unidad de los contrarios, nuestra sociedad tiene una contradicción de origen. La republica está erigida sobre el despojo hereditario del poder de decisión arrebatado a la población aborigen. El caso se repetirá, cada vez que los intereses contrapuestos colapsen.
En esta unidad, la suma de poder de unos pocos, es a costa de restar poder a la gran mayoría. En lo natural, siempre habrá desbordes hídricos cuando los causes sean rebasados, y siempre habrá explosión cuando no hay desfogue a la presión interna. Con mayor razón, cuando el factor humano exacerba la confrontación de intereses opuestos. Lo que para los dominadores es justicia, para los dominados es injusticia.
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No hay acción sin reacción, es otro principio universal. La reacción violenta de los esclavos, era muy visible cuando el castigo excedía lo soportable. Era una reacción natural, pues hasta los animales se rebelan cuando el amo abusa extremadamente. Pero primero es la violencia del domador o, dominador. La reacción violenta es una respuesta a la violencia previa contraria. ¿Acaso no retiramos la mano, cuando sentimos que nos queman los dedos?
También era visible, la causa de las protestas violentas de nuestros ancestros en el virreinato. Era preferible la muerte, antes que seguir soportando los abusos desmedidos del sistema de los corregimientos. De nada servían los reclamos reiterados ni las súplicas, ni el “diálogo”. Por eso optaban por hacer justicia con sus propias manos, ejecutando a muchos corregidores. La represión era sangrienta contra los anti sistema.
Pese a ello, fue necesario masificar la protesta con una gran rebelión encabezada por Túpac Amaru. Más de cien mil muertos, pero finalmente, se consiguió la eliminación del sistema de los corregimientos y su reemplazo por las intendencias, que la república cambió de nombre, llamándolas “prefecturas”.
Los colonialistas pasaron a gobernar la república sin devolver el territorio a los dueños primigenios, ni permitirles, el acceso al gobierno nacional. Treinta años después de la independencia del virreinato, las prefecturas todavía obligaban a los indígenas a transitar con pasaporte interno dentro del territorio departamental que, era territorio ancestral.
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Son numerosas las protestas sociales en respuesta a la violencia republicana. Hasta hemos recurrido a la violencia armada, para cambiar el sistema. Como siempre, la sangre derramada ha vertido mayormente de la población ancestral. Esta impotencia frente al abuso republicano lleva ya más de doscientos años. Los opresores festejan el bicentenario de su dominación, pero el resentimiento también es bicentenario.
El sistema de gobierno vitalicio, de una élite minoritaria de los opresores, contra los oprimidos que constituyen la inmensa mayoría, ha sido la herencia política de los invasores colonialistas y una maldición para los peruanos ancestrales. Hay mucho rencor acumulado que, explota cuando la ira rebasa la paciencia.
Los grilletes y el látigo ya no son visibles, la república tiene otras formas imperceptibles más efectivas. La población trabajadora no está al tanto de los decretos que los afecta, directa o, indirectamente. Solo reacciona tardíamente sin saber por qué, no tienen derecho ni a lo suyo. Se les arrebata las riquezas naturales bajo su suelo ancestral y si se oponen pierden hasta vida.
La clave de esta dominación ha sido conservada desde el inicio de la república. Ella se sustenta en la posesión del poder en todo momento. El que tiene el poder es el que domina. El poder, emana de la trampa militar, jurídica, económica, política, mediática y religiosa. Estas envolturas son los grilletes de nuestra esclavitud.
En cierto momento de la década de 1960, la fuerza militar estuvo de parte de los oprimidos con el gobierno de Velasco, pero las trampas enemigas revertieron el cambio y volvimos al sistema político repudiado. Este, se ha envilecido y es una camisa de fuerza que ya resulta insoportable. Vemos las atrocidades de gobierno con alto grado de corruptela y no podemos intervenir, pues el sistema político está diseñado para impedir la participación popular en las decisiones nacionales.
Paradójicamente, elegimos como gobernantes a nuestros depredadores. El sistema político es un tapón electoral que está colapsando. Aunque se cambie de gobierno, se adelanten elecciones, o se cambie de Parlamento, el sistema hará que tengamos siempre gobernantes ajenos a los intereses populares.
Si miramos más allá de nuestras fronteras veremos que nuestro caso es similar a otros países. Pinochet y Fujimori, parecen haber salido de un mismo molde. Sus pasivos políticos siguen provocando estallidos sociales porque estamos atados a los nudos constitucionales que dejaron. Las dictaduras fueron eliminadas, pero no, esos nudos. Con estos han venido gobernando sucesivos mandatos “democráticos”.
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A fines del 2019, estalló en Chile un movimiento de protesta social al margen del sistema político, como sucede en nuestro caso. La protesta se extendió a varias regiones sin responder a un comando ni programa ideológico. Era una protesta de desfogue, como la rabia contenida, por el hartazgo de lo que venía sucediendo en el país, por causa del sistema neoliberal que dejó la dictadura, con una constitución ya asfixiante.
La protesta se masificó tornándose violenta y, el gobierno de Piñera, “democráticamente” elegido, respondió con represión policial primero, pero luego sacó los militares a la calle y declaró toque de queda. La solidaridad introdujo la bandera de nueva constitución y asamblea constituyente, para darle contextura al movimiento, incluyendo demandas indígenas y paridad de género. Este precedente y su evolución nos deja varias enseñanzas.
Sobre nuestro caso, se ha comentado bastante, interpretándolo desde diversa perspectiva e interés político. Se ha personalizado el suceso interesadamente. Los dominantes solo ven cuánto dinero pierden por los disturbios. Se le relaciona con azuzadores extraños porque consideran que los marginados son sumisos e incapaces de rebelarse. Los políticos se aprovechan del suceso para llevar agua para su molino. No entienden, ni quieren entender la naturaleza estructural de las protestas sociales.
El gobierno de Alan García, dejó 193 muertos, mayormente indígenas, incluyendo el “Baguazo” del premier Yehude Simon que, contuvo la rebelión nativa a costa de muchas muertes. Ollanta Humala tiene en su haber 66 muertos, en la lucha indígena contra la minería. Y así, a lo largo de la república tenemos muchas réplicas sangrientas de un mismo sismo que pugna por desahogar.
Lo que queda de estas tristes experiencias, es el resentimiento contra una democracia que no es tal, que no defiende lo nuestro, con la que no estamos identificados. La gran mayoría de la población detesta los poderes del estado y no se siente representado por los órganos del sistema político. El estado no defiende al pueblo sino a los depredadores de este. Ante nuestros ojos esta protesta sangrienta aparece desordenada e incoherente, porque no la entendemos. Nuestro sentir, es distinto al sentir de los marginados políticos, históricamente omitidos.
Vemos y analizamos la eclosión del fenómeno, pero no, el proceso de ebullición. La población revienta de indignación acumulada porque repudia el sistema político y su falsa democracia. ¿Por qué, ha sucedido esta explosión social, al margen de los partidos políticos? ¿Por qué, la indignación desborda los canales oficiales? ¿El diálogo mecedor, la renuncia presidencial, adelanto de elecciones, asamblea constituyente, son suficientes para cambiar la estructura de dominación hereditaria?
Como siempre, la protesta será contenida momentáneamente a un alto costo de vidas de peruanos ancestrales. Pero el resentimiento seguirá acumulándose nuevamente, por la necesidad de justicia política. Será necesario entonces, seguir una estrategia que permita a las fuerzas populares ir ganando espacio político, hasta vencer la predominancia de los opresores. La lucha debe continuar, pero actuando con eficacia para alcanzar las metas progresivas que conduzcan a un sistema equitativo.
Luchar sin claridad de objetivos solo conduce al fracaso. Quizá lo dicho, no merezca reconocimiento, pues hay mejores enfoques. En todo caso, lo he hecho de buena voluntad, sin pretender ser dueño de la verdad.