Neuralink, de Elon Musk, acaba de obtener la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) para estudiar implantes cerebrales humanos. Pero, ¿está esto allanando el camino para resolver algunos de los mayores problemas de la sociedad o creando un futuro inquietante para la humanidad?
La reciente aprobación de la FDA sorprendió a muchos. Sobre todo si se tienen en cuenta los informes de que más de 1.500 animales perdieron la vida durante las fases de prueba y se acusó a la empresa de trasladar patógenos ilegalmente. Sin embargo, a pesar de sus detractores, su continuo desarrollo tiene el potencial de acabar transformando nuestra sociedad y desafiar la forma en que percibimos las capacidades humanas.
Musk imagina un futuro en el que los implantes cerebrales podrían allanar el camino a soluciones revolucionarias para diversas enfermedades, como la obesidad, el autismo, la depresión, la esquizofrenia, el Parkinson o la epilepsia, entre otras. Incluso predice un futuro en el que navegar por Internet utilizando nuestro cerebro y la telepatía se convertirán en la norma. Pero, por desgracia, esta tecnología no está exenta de controversias.
¿Qué es Neuralink?
En esencia, Neuralink está desarrollando una interfaz cerebro-ordenador pionera denominada "The Link". Se trata esencialmente de un chip implantable que se colocaría quirúrgicamente dentro del cerebro, actuando como conducto entre la mente humana y los dispositivos digitales. La tecnología de Neuralink tiende un puente entre el cerebro y los ordenadores codificando y descodificando las señales neuronales, facilitando la comunicación con el mundo digital exterior.
El implante cerebral, del tamaño de una moneda, actúa como interfaz entre el cerebro humano y un ordenador. Este dispositivo se instala quirúrgicamente bajo el cráneo. Se conecta al cerebro a través de una red de hilos ultrafinos que se extienden por distintas regiones del cerebro, principalmente las que controlan las habilidades motoras. Estos hilos llevan 3.000 electrodos unidos a hilos flexibles, más finos que un cabello humano. Estos hilos controlan la actividad de 1.000 neuronas. Su sensibilidad y delicadeza son tales que para su instalación precisa se necesita un robot neuroquirúrgico especializado desarrollado por Neuralink.
¿Cómo funciona?
El sistema de vanguardia de Neuralink funciona mediante un microchip unido a unos hilos delgados y flexibles. Estos hilos se entretejen meticulosamente en el cerebro mediante un dispositivo que recuerda a una máquina de coser, sólo que bastante más avanzado y especializado. Este dispositivo robótico realiza una pequeña incisión quirúrgica en el cráneo, implanta los hilos ultrafinos en zonas predeterminadas del cerebro y luego sella hábilmente la incisión, dejando sólo una cicatriz como prueba de su trabajo.
El cerebro humano es una red de células únicas, llamadas neuronas, que generan y transmiten señales a otras células del cuerpo, incluidos los músculos y los nervios. Los electrodos de Neuralink, intrincados en estos hilos, pueden descifrar estas señales neuronales, que se convierten en órdenes de control motor. Estos comandos pueden interactuar con dispositivos digitales externos, como ordenadores o teléfonos inteligentes, o iniciar funciones corporales como el movimiento muscular voluntario.
Musk ha predicho que el procedimiento completo duraría aproximadamente media hora, no necesitaría anestesia general y los pacientes podrían ser dados de alta el mismo día. Imagínese sustituir un fragmento de cráneo por un smartwatch, y estará en el buen camino. El sistema de Neuralink representa un salto significativo en neurotecnología. Se propone un cargador inductivo externo para permitir la carga inalámbrica de la batería del implante, proporcionando una interfaz fluida y mínimamente invasiva entre el cerebro humano y el mundo digital.
¿Cuáles son las ventajas?
Neuralink podría ofrecer muchas posibilidades únicas. La idea de que una persona paralítica recupere su capacidad de interactuar con el mundo es inspiradora. La capacidad de conectar con nuestro entorno a través de una interfaz directa con nuestro campo visual podría revolucionar nuestra experiencia del mundo. En un año dominado por la inteligencia artificial generativa, se nos podría perdonar por pensar qué se sentiría al tener una segunda voz interna como ChatGPT, que se comunicara directamente con nuestra mente.
La fusión de la IA con Neuralink tiene el potencial de lanzarnos a una era de innovación sin precedentes. Al igual que ChatGPT de OpenAI ha revolucionado este año la interacción entre humanos y máquinas a través de una interfaz de lenguaje natural, Neuralink podría forjar un avance de la IA que nos permita comunicarnos con las máquinas utilizando nuestras señales cerebrales. Aquí es donde los algoritmos de Procesamiento Neural de Enlaces (NLP) esperan transcribir nuestros pensamientos y patrones de disparo neuronal en interacciones y órdenes significativas.
La llegada de Neuralink es tan importante como cuando OpenAI presentó al mundo ChatGPT. Los que lo adoptaron pronto han sido testigos de su potencial transformador en el entretenimiento y las operaciones comerciales cotidianas. Ahora que estamos a punto de entrar en la era de la IA cerebral, la pregunta sigue siendo: ¿estamos preparados para tender un puente sin fisuras entre nuestras mentes y la IA? Pero sin adentrarnos en un territorio espeluznante.
El auge del transhumanismo
Para muchos, Neuralink representa el concepto más amplio de transhumanismo, que algunos ven como una amenaza para la identidad y la autonomía humanas. Un futuro transhumanista en el que las capacidades humanas puedan mejorarse o alterarse significativamente a través de la tecnología para que unos pocos privilegiados no tengan límites alimentará el temor subyacente de que podamos perder nuestros rasgos humanos esenciales. Por ejemplo, si nuestros cerebros se conectan a ordenadores, las empresas, los gobiernos o los piratas informáticos podrían tener acceso a nuestros pensamientos y experiencias más íntimos.
El temor es que esto también pueda conducir a niveles sin precedentes de vigilancia, manipulación y control.
Además, el espectro de la desigualdad es otra de las principales preocupaciones. Las mejoras neuronales podrían ser costosas y, por tanto, sólo al alcance de los ricos, lo que provocaría una división social entre los que pueden permitírselas y los que no. Esto podría dar lugar a una nueva forma de desigualdad, en la que los individuos "mejorados" tuvieran ventajas significativas sobre los "no mejorados" en cuanto a capacidad cognitiva, salud y esperanza de vida. Se teme que esto pueda crear una clase de élite tecnológica con gran poder y privilegios, lo que exacerbaría las divisiones sociales y económicas y podría desembocar en un conflicto social.
Por último, existe el temor a las consecuencias imprevistas asociadas a la manipulación del cerebro humano. Conectar una tecnología emergente a un órgano increíblemente complejo que aún no comprendemos del todo es una receta para el desastre. Incluso con las mejores intenciones, alterar las funciones cerebrales mediante dispositivos como Neuralink podría provocar efectos secundarios inesperados, como cambios en la personalidad, el estado de ánimo o la memoria.
Equilibrar el progreso tecnológico con la responsabilidad moral
El uso de 1.500 animales en ensayos también es muy preocupante, sobre todo en un momento en que se nos aconseja repetidamente volver a conectar con la naturaleza y la necesidad de una mayor sostenibilidad. Si algo hemos aprendido a lo largo de los años es a equilibrar el progreso con las consideraciones éticas, garantizando que todas las investigaciones cumplan las normas más estrictas de bienestar animal. El coste de la innovación nunca debe pesar más que nuestra responsabilidad hacia el tratamiento ético de los seres vivos, incluso cuando exploramos las fronteras del conocimiento.
También preocupa mucho la seguridad física a largo plazo de estos implantes. Antes de plantearse ensayos en humanos, es imprescindible investigar a fondo otras cuestiones, como la posible migración de las baterías de litio y los cables del implante dentro del cerebro. También está la cuestión de qué ocurre si la tecnología funciona mal. Estos temores se ven agravados por la velocidad a la que se desarrollan estas tecnologías, que supera nuestra capacidad para comprenderlas y regularlas plenamente.
Igualmente preocupante es el posible uso indebido de estas tecnologías transformadoras. Por ejemplo, los implantes neuronales pueden interactuar directamente con nuestro órgano central, el cerebro, manipulando potencialmente nuestros pensamientos, emociones y percepciones. Este poder podría utilizarse para revolucionar los tratamientos de enfermedades neurológicas debilitantes, pero en las manos equivocadas podría utilizarse con fines nefastos.
Garantizar que el uso de implantes neuronales esté estrictamente regulado y sea éticamente correcto no sólo es importante, sino crucial. Esto exige una legislación exhaustiva, una supervisión rigurosa y un debate ético permanente. Este viaje promete avances y posibilidades sin precedentes. Pero mientras navegamos por este territorio desconocido, debemos equilibrar el progreso tecnológico y la responsabilidad moral.
El acceso humano a la inteligencia informática en tiempo real será increíblemente atractivo para los deportistas de élite y cualquiera que quiera obtener una ventaja competitiva sobre un individuo o un sector de la sociedad. Pero esto también abre otra serie de problemas. Así que puede que sea hora de levantar el pie del acelerador y ralentizar la velocidad del cambio tecnológico para considerar adónde nos lleva esto.
¿Permitirías que Elon Musk te implantara un chip en el cerebro? El potencial es inmenso, pero también lo son los riesgos. Como antiguo gestor del cambio informático, quiero advertirle de que debemos recorrer este camino con un profundo sentido de la responsabilidad y la cautela, aprovechando las oportunidades que presenta y, sobre todo, gestionando sus retos.